martes, 16 de septiembre de 2008

Un falso destino nos engaña.


Cuando te acercas a la tierra, hurgas con tus dedos en su cálida humedad y sientes el jugueteo de la inerte vida en tu piel...

Tu otra mano aprieta con firmeza la semilla que duerme protegida en ella. Sientes que forma parte de ti, no quieres separarte de la magnífica sensación que es sentir su latido. La percibes indenfensa, piensas que sin ti está perdida, abandonada a la vorágine desoladora de millones de insectos que, escondidos, la esperan impacientes con el fiero deseo de alcanzarla como gran trofeo de invierno.

La sensación de angustia galopa desde tu garganta, irradiándose hasta cada uno de tus poros haciendo que frías gotas de sudor vean la luz del turbio día.

Sigues hurgando la tierra en que se hunde la lejana mano que te distrae del mágico momento que está viviendo su par. Consigue que tu débil atención se centre ella, que durante unos eternos segundos observes el infinito juego que sus dedos describen.

La vida sigue su ciclo, el frío sudor se acerca amanazante a la indefensa semilla, la rodea en una angustiosa danza tribal, primitiva, salvaje... Surca cada uno de los pliegues epidérmicos, inútiles barreras de protección, hasta acariciar vorazmente al germen de vida que se estremece a su contacto. Su indefensa envoltura se arruga de extrañeza ante el inapacible ataque, se siente indenfesa en la fortificada estructura de tu mano. Ahogada en el salado mar que la rodea, siente la gélida barca que se acerca para comenzar el largo viaje hacia las profundidades. Se aferra a su existencia, lucha débilmente, aprieta cada uno de sus reblandecidos extremos, exprime cada árida partícula de aire que se le acerca conteniéndola dentro de su respiración como único eslabón de vida.

Se sabe abandonada en tu propia deriva, te observa ensimismado en tu terrestre distracción, se siente renegada a su propio destino y se entrega a la eterna espera.

En el inevitable momento de la definitiva marcha, verdes esperanzas germinan de su adentro, tallos de ilusiones crecen velozmente enredándose en cada inapreciable saliente de tu piel, hojas de vida se despliegan respirando el inesperado resurgir dando alas a una nueva esperanza.

Pero tu mirada, siguiendo la errada brújula, no consigue escuchar el susurro de vida que comienza a sonreír en ti.

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