miércoles, 26 de noviembre de 2008

UN RAYO DE ESPERANZA


Cuando la vida juega sus cartas y comienza a ganarte la partida, sientes que no queda nada que hacer, te acomodas para ver cómo se desarrolla el juego y dejas que el segundero marque su monótono ritmo.

Una vuelta.

360 grados.

Dos vueltas.

720 grados.

Tres vueltas.

1080 grados.

Infinita progresión de vueltas y grados.

Pero por suerte la vida, como el teatro, es esencia viva. Esencia que no se deja amilanar, que no se deja silenciar.

Por ello un día, el más afortunado de todos los días, descubres que no era la vida la que estaba jugando con aquellas manidas cartas. Eran unos hipócritas manipuladores de marionetas los que pretendían manejar cada una de tus intenciones, cada uno de los proyectos en los que siempre habías creído. Y ese día, te das cuenta que la pequeña distancia que te separa del fondo de la ciénaga donde esos malditos de apariencia monacal pretendían zambullirte puede salvarse con la mayor facilidad.

Miras hacia arriba y ves ese oculto rayo de esperanza que siempre estuvo ahí. Lo contemplas con sosiego, una sonrisa se dibuja en tus ojos y recuerdas que la vida no es azar. Vuelves a creer en ti, relajas tu cuerpo y dejas que ascienda hacia la superficie del magnífico lago. Cuando la cabeza asoma sobre el nivel del agua dejas de sentir el ahogo que durante tanto tiempo había vivido en tu pecho. Miras hacia abajo y, al fondo, ves cómo se desintegran las máscaras monacales para dejar al descubierto sus verdaderos rostros hipócritas.

Estás arriba, la distancia te ayuda a recoger las cartas que flotan en la superficie para que puedas disponerte a comenzar tu propia partida, la partida de tu vida, la partida que querrás jugar con todos los que aprendan a ver que no es la vida quien juega, el juego es nuestro.

Comencemos a jugar bajo el oculto rayo de esperanza que empieza a abrir su camino entre las esponjosas nubes.