lunes, 20 de octubre de 2008

El pajarillo.




El pajarillo, tras los barrotes de su jaula, contemplaba el mundo.


Veía pasar la vida trino a trino.


Respiraba profundamente y se acercaba para sentir el gélido tacto del hierro en sus plumas, le resultada desagradable pero sabía que era la única forma de observar atentamente el suelo que se escondía bajo su cárcel. Permanecía atento, mirando el discurrir de los seres libres que por él deambulaban. Envidiaba su libertad.


Cuando las lágrimas emborronaban su mirada, se hacía consciente de su verdad. Sabía que su vida oscilaba como el balanceo de su columpio. Delante, detrás, delante, detrás, delante, detrás..., pero al final del viaje, siempre el mismo centro.


Un amanecer, escondida su cabeza entre el mullido plumaje, sintió una sensación de extraña alarma. Temiendo desemascarse del plumoso antifaz que le protegía, dejó escapar uno de sus ojos para, como sagaz vigilante, descifrar su inquietud. Ante la sorprendente visión que vislumbraba, su corazón inició un trepidante galope que hizo temblar cada prenda de su plumaje. La puerta de su cárcel estaba abierta, limpió un ojo con su ala derecha, después el otro con la izquierda para salir de tan ilógico ensueño, pero sí, aquel hueco de libertad entre los barrotes era la real puerta que le llevaría a conseguir el deambular tanto tiempo envidiado.


Tensó los músculos de su tren de vuelo, adelantó su cabeza como afilada punta de flecha dispuesta a abrir la herida de su presidio y tomó impulso con sus débiles patas. Desplegó su cuerpo en el aire y cruzó la infranqueable barrera.


En el justo momento en que cruzó el umbral buscó un punto de aterrizaje, posó su liviano peso en él y contempló fijamente el aspecto exterior de su prisión.


Contento por sentirse libre, se dejó volar por la mansión durante eternas horas, olvidando el cansancio, dejando atrás el encierro, volando libre, volando, volando, volando.


La energía empleado en el vuelo comenzó a transformarse en incertidumbre. ¿Volar, volar, volar? Pero, ¿hacia dónde?


Posó su cuerpo frente al frío cristal de una de las muchas ventanas que horadaban cada pared y sintió caer sobre sí la más triste de las realidades. Su libre espacio, tantas veces añorado, amplio, espacioso, extenso, era una amplia, espaciosa y extensa prisión.


Respiró profundamente y se acercó para sentir el gélido tacto del vidrio en sus plumas, le resultó desagradable pero supo que era la única forma de observar atentamente el cielo que se escondía sobre su cárcel. Permaneció atento, mirando el discurrir de las aves libres que por él planeban. Envidió su libertad.


Las lágrimas volvieron a emborronar su mirada como tantas veces y, como tantas veces, se hizo consciente de su verdad.


Observó el cielo, analizó el vuelo de las libres aves. Veloz ascenso, vertiginoso picado, lento planeo. Veloz ascenso, vertiginoso picado, lento planeo. Veloz ascenso, vertiginoso picado, lento planeo.


-¿Qué hacéis? ¡Sois libres! ¡Romped esa monótona sintonía de vuelos!- Les gritó, pero ellas sordas a todo sonido continuaron marcando los compases de su trayectoria. Ascenso, picado, planeo. Ascenso, picado, planeo. Ascenso, picado, planeo.


El pajarillo, triste, quedó mirando hacia el azul cielo, viendo el dibujo de las blancas nubes, enormes bolas de algodón, suspendidas libremente en el cielo. Las contempló fijamente, una tras otra, otra tras una, una tras otra, otra tras una...


De pronto, el sol filtró sus rayos entre las nubes...


El pajarillo dibujó una sonrisa sobre su triste pico. ¿Era cierto lo que estaba viendo? ¡Claro que sí! Aquello tampoco era la libertad, ahora lo veía claro, esos barrotes de oro sobre el azul muro descubrían la más grande prisión nunca vista por sus diminutos ojos.


Feliz, volvió la mirada hacia su jaula. Emprendió un veloz vuelo hasta posarse en su columpio. Con la mirada alegre, se hizo consciente de su verdad y desde su centro aprendió que la libertad sólo se vive cuando existe dentro de ti.

jueves, 2 de octubre de 2008

LA BRÚJULA DEL RECUERDO NUNCA SE PODRÁ BORRAR.




Cuando, indeciso, comienzas a recorrer un camino desconocido te sientes como si pisases sobre arenas movedizas. Los pasos se vuelven torpes; las piernas, pesadas; la respiración, agitada y el ánimo triste.


¡Qué extraña sensación!


Al fondo se vislumbra un bello horizonte, coloreado de amanecer. Agudizas la mirada y descubres que aquellos pajarillos que revolotean nerviosos son tus anhelos que te aguardan impacientes.


Los ojos se disparan en mil destellos que deslumbran tu mente. Sabes que es el camino de la felicidad el que se abre ante ti, pero el peso de la costumbre aploma tu paso y lo vuelve titubeante.


Te resistes a mirar hacia atrás para que las dudas no te asalten. Sufres avanzando, sólo obstinado en mantener firme la mirada, al frente, siempre al frente. Nada más debe existir. Únicamente el horizonte. Continúas el camino, agotado, triste, amargo, con desilusionada ilusión, con certeras dudas...


Sientes una brisa fresca que acaricia el sudor de tu espalda, dejas que su mano juguetee con cada gota unos instantes, aprovechas ese lúdico momento para, con leve movimiento, girar el verde de tus ojos y repasar con ellos el camino recorrido . Al fondo ves cómo las siluetas de lo que quedó atrás van adquiriendo nitidez y sientes que con cada una de ellas tu paso se vuelve ligero, ágil, ilusionado.


Es, entonces, cuando descubres que para iniciar un camino desconocido los recuerdos de otros senderos son necesarios. Te haces consciente que la brújula del recuerdo nunca se podrá borrar.